Descripció:
No es lógico, aun cuando sea muy humano, que las naciones se turben ante la amenaza de una epidemia exótica como la peste, el cólera ó la fiebre amarilla que las visita muy de tarde en tarde, y sin embargo permanezcan indiferentes y ociosas enfrente de un formidable enemigo que vive matando incesantemente á nuestro lado, sin reparar en edades ni en condiciones, y del que ni aún queda para los pusilánimes el recurso de la huída, porque no hay país habitado donde el enemigo no exista. Tal es el caso para la tuberculosis. Sabido es que en Espana, esta enfermedad, minando los pulmones unas veces, el intestino, las meninges, los huesos otras, é insinuándose por fin en los más apartados órganos, produce anualmente unas 54.000 defunciones. Para comprender la magnitud de este desastre, cada doce meses renovado, no hay sino imaginar que todas esas víctimas, en lugar de repartirse entre toda la nación española, se reuniesen en una sola localidad, y entonces nos alarmaríamos al ver que Espana pierde cada año una capital como Alicante. Tamaña hecatombe, incomparablemente más grave que los accidentes públicos tales como catástrofes ferroviarias, incendios de teatros, etc., no hacen mella sino en el ánimo de los que estudian el fenómeno de cerca, y apenas si merecen unas líneas en los periódicos al noticiar las variantes en la salud pública.